Lo que nunca vuelve
Lo que nunca vuelve: una carta abierta sobre el valor de congelar el tiempo
Querido lector:
No sé en qué momento exacto el tiempo se volvió tan fugaz.
Quizá fue cuando vi a una madre abrazar a su bebé con esa mezcla de ternura y agotamiento que solo se entiende cuando ya es tarde.
O tal vez fue al repasar las fotos de una boda que hice hace años y notar cómo algunas miradas ya no se repiten, cómo ciertos gestos ya no están, cómo incluso algunas personas, simplemente, ya no están.
Como fotógrafo, paso mi vida tratando de atrapar lo invisible: ese segundo en que los ojos se iluminan, esa risa espontánea que dura apenas un parpadeo, esa mano que se entrelaza sin pensar.

Fotografiar no es solo encuadrar y disparar. Es saber que ese instante no volverá jamás.
A veces la gente piensa que una sesión de fotos es un lujo, un capricho, algo bonito para decorar las redes sociales y no los culpo, vivimos rodeados de imágenes desechables, filtros y poses prefabricadas.
Pero hay una diferencia enorme entre una imagen y una memoria que te acompaña para siempre. La mayoría no lo ve... hasta que lo necesita.
Recuerdo a una clienta que vino con su madre a hacerse una sesión familiar. Fue todo muy natural: risas, abrazos, miradas sinceras. Unas semanas después, me escribió para decirme que su madre había enfermado y que esas fotos eran ahora uno de sus mayores tesoros. Que se las llevaba en el móvil a todas partes. Que se había convertido en una especie de ancla. En una prueba de que el amor, a veces, sí se puede tocar.
Es entonces cuando comprendes lo que haces. No vendes fotos. Entregas pedazos de tiempo.
Momentos que no volverán y eso tiene un valor inmenso.
Hay quienes me preguntan por qué hacer fotos de niños cuando “todavía son pequeños y ya habrá tiempo” o por qué inmortalizar una simple tarde de juegos en el parque.

La respuesta es sencilla: porque el tiempo no pide permiso para pasar.
Porque el “ya habrá tiempo” muchas veces se convierte en “ojalá lo hubiera hecho”.
Por eso escribo esta carta. Para recordarte —o quizás para avisarte— de que los momentos importantes no siempre llevan cartel.
No todos los recuerdos vienen con música y fuegos artificiales. A veces son apenas un gesto, un olor, una luz suave entrando por la ventana.
Si algo me ha enseñado este trabajo es que todo cambia. Los niños crecen. Los abuelos se van. El cuerpo cambia. Las relaciones evolucionan.
Y aunque todo eso es parte de la vida, hay algo profundamente humano en querer retener lo que más amamos, aunque sea en una imagen.
Así que haz las fotos. Con tu móvil o con un fotógrafo. Con tu mejor ropa o en pijama. En estudio o en casa. Pero hazlas. No para tenerlas hoy, sino para cuando las necesites mañana.
Porque lo único que realmente queda, cuando el tiempo se va, es lo que fuiste capaz de conservar. Con cariño,
